domingo, 1 de febrero de 2015

La nueva reforma de Wert


Es sorprendente la facilidad con que se escribe en un periódico, sin conocer el asunto. Me sorprendió ayer leer el artículo de Pilar Cernuda, una periodista generalmente bien informada de asuntos políticos, que confundía que son los grados, los másteres y las licenciaturas, llegando a escribir: "Ser graduado no es lo mismo que ser licenciado, y para acceder a las licenciaturas es necesario hacer un máster que cuesta bastante dinero", entre otras barbaridades. El artículo completo aquí.

Por otra parte, muchos medios han resaltado la declaración del ministro en la que afirmaba que la reducción de las carreras de cuatro a tres años ahorraría dinero a las familias, obviando, ocultando, Wert que, en el fondo, lo que se está haciendo es encarecer la carrera académica.

Actualmente se hace un grado de 4 años, que en las universidades públicas tienen una matrícula más o menos asequible, y un año de máster, cuya matrícula no todos pueden pagar. Con el nuevo plan del PP, tras los tres años del grado hay que hacer dos de máster, por lo que la matrícula se pone a un precio prohibitivo para la mayoría de las familias españolas. 

Les guste o no les guste a los peperianos escucharlo, el proyecto del gobierno de Rajoy es discriminatorio y clasista, pues solo los que tengan dinero podrán completar la carrera académica y acceder al doctorado.

Por no hablar de la competencia que se fomentará entre las universidades, en función de la duración electiva de los grados.  

1 comentario:

asd dijo...

La sustitución de parte de los itinerarios universitarios por los másteres esconde alguna otra perversión. Por ejemplo, se exige que los másteres se autofinancien, con lo que, cuando un máster no capte un mínimo de alumnos en dos o tres convocatorias seguidas, debe ser extinguido. Esto crea una gran inestabilidad en el mapa de titulaciones, obliga a un continuo rediseño, cercano a la improvisación, de nuevas líneas de estudio (con el coste en tiempo y esfuerzo por parte del personal docente, que parece que en todo esto importa lo mismo que cero)y, sobre todo, obliga a bajar el nivel de la enseñanza que se imparte. ¿Por qué? Pues porque el requisito de mantener un número mínimo de alumnos empuja a no ser demasiado estricto, para no espantar a los que antes eran estudiantes y ahora serán clientes, que han gastado un pastón, no en formarse, sino en obtener un diploma. A veces ese dineral gastado pesa a la hora de calificar; y, si no pesa, ya se encargan los alumnos de presionar para que sea así. Lo digo por experiencia. He ahí alguno de los males de la universidad española, que ni políticos ni periodistas quieren ver. Pero se podría seguir...