lunes, 8 de octubre de 2012

Sociedad civil



Escribe J.C. RUBINSTEIN en su libro la Sociedad civil y participación ciudadana que hay una clara distinción entre la sociedad civil y el Estado, puesto que la “existencia” de la sociedad civil viene dada por la participación ciudadana, en gran medida de forma ajena a la iniciativa del estado; es decir, es la participación ciudadana la que con un cierto grado de vertebración y asentamiento posibilita la acción de la sociedad civil. Cuando esto ocurre se puede constatar una reacción social, afectiva y material, ajena en gran medida a los organismos estatales. Es la reacción de la sociedad civil que sin desconocer -y a veces sin incumplir- las consignas oficiales, toma la iniciativa y protagoniza acciones que no son sólo episodios individuales, sino que se estructuran y organizan colectivamente, pues la esencia de la sociedad civil es una actividad interrelacionada de individuos que conviven en un espacio y en un tiempo y que se vinculan entre sí mediante la práctica cotidiana.

Hace unos años se puso de moda reclamar el protagonismo de la sociedad civil ante algunos acontecimientos que afectan a la ciudad de Cádiz, singularmente bicentenarios como el de la batalla de Trafalgar o el de la Constitución de Cádiz, y se planteó en su día que debían ser ajenos a la acción política, con la excusa de que la política podía enturbiar las conmemoraciones. Si la iniciativa es admisible, conviene no obstante no caer en una especie de ensoñación idealizada de las posibilidades de gestión de la sociedad civil, como no conviene olvidar que el movimiento generado por la sociedad civil no es unitario en pensamiento e ideología, como se demostró, por ejemplo, cuando se discutía el papel del Oratorio de San Felipe en la celebración del Bicentenario de 1812, o en el fallido derribo de la Aduana. En este sentido, determinada sociedad civil manifiesta opiniones, pretende convertirse en grupo de presión sin ofrecer soluciones realistas y, mucho menos, sin poner medios, para los que recurre, indefectiblemente, al poder político del que pretende ser ajena. 

Por ello, sin dejar de apoyar iniciativas de la sociedad civil, como señala Rubinstein, hay que ser cautos, activamente cautos, ante la posibilidad de que algunos foros se conviertan en herramientas al servicio de determinados poderes públicos y en contra de otros. Y hay que evitar que grupos, a veces muy minoritarios, que se arrogan toda la representación de la sociedad civil acaben defraudando la buena voluntad y el entusiasmo de quienes se sumen a este tipo de iniciativas, al transformar el supuesto movimiento ciudadano en una corriente a favor de un determinado grupo, de una acción puntual o respaldando un pensamiento único.

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